miércoles, 20 de octubre de 2010

SI ME LO PREGUNTAN...

"Golo no era un tipo que a primera vista se pudiera calificar de excéntrico. Tampoco podría decirse que fuera un artista a juzgar por su facha. Mucho menos un pintor de tal calibre. Esa noche llegué a confundirlo con uno de los yuppies que abarrotaban las exposiciones de la Galería Fernández Fiallo. Golo daba más la impresión de ser un niño bien con una semana sin bañarse. Cualquier cosa antes que un pintor. Por entonces ya se perfilaba como el artista de propuesta estética más sólida de su generación y etcétera, etcétera, etcétera. Todas esas cosas por las que ustedes saber de él a estas alturas. Golo tenía veintitrés años cuando lo conocí. Tartamudeaba horrores. Y nunca miraba a los ojos mientras hablaba. Le gustaba venirse en mi espalda... ".

"Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo, ese imbécil, con toda mi alma. Pero no me pregunten por qué".

"Golo y yo nos peleamos. No fue una discusión normal. Nos habíamos metido varias rayas antes de que anocheciera, y así a lo largo de tres días. Cocaína y vino tinto. Peleamos tan fuerte que hubo golpes. Le pegué un puñetazo en el estómago y una cachetada severa. No se lo esperaba. Le di tan fuerte que mi mano se le quedó marcada en el rostro hasta el otro día. Golo ni pestañeó. La manera en que miraba me hizo retroceder. Me miró de tal forma que no supe dónde esconderme. Pero no dijo nada. No movió un dedo. La razón de la pelea no la recuerdo. Por la tarde del otro día desperté y vi su puño engarruñado. Golo dormía con un mechón de cabellos míos entre los dedos".

"Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo, con toda mi alma. Pero no me pregunten por qué".

"A Golo le gustaban los parques de diversiones, los algodones de azúcar y los hot-dogs. Podía pasar el día montado en los juegos mecánicos más altos, los más rápidos y los más violentos. Algunos domingos me pedía que lo acompañara. Me pedía, por ejemplo, que subiera con él a la Montaña Rusa o a ese armatoste endemoniado al que llaman el Boomerang. ¡Ni hablar! Me quedaba abajo, comiendo un helado y viendo a Golo en un cochecito, dando vueltas en el aire como una boleadora. Golo se bajaba agitado, con la cara transparente y el cabello revuelto. Pero pedía más y más. Una y otra y otra vez. Compraba otro boleto. Volvía a subir a cien metros de altura para luego descender a la velocidad de un bólido hacia el abismo y elevarse de nuevo, limpio e ingrávido contra el sol. Así, una y otra vez, hasta que anochecía y lo dejaban dar una vuelta gratis en solitario antes de cerrar el parque. Esas últimas veces Golo bajaba con la cara lívida, tembloroso. Sin poder sostenerse en pie, vomitaba el algodón de azúcar y los hot-dogs que tenía en el estómago. Si me lo preguntan, yo aborrezco los domingos".

"Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo, ese hijo de la chingada, con toda mi alma. Pero no me pregunten por qué".

"¿Que si Golo era un seudónimo? ¿Un nombre de batalla? ¿Que cuál era su nombre real?. Eso me lo guardo. (...) ¿Dé dónde había salido Golo?. Buena pregunta. Sinceramente no tengo respuesta. Golo apenas sabía leer, sumar y restar. Tenía la peor ortografía que he encontrado en mi vida. Eso ya lo dije antes. También creo haber dicho que tengo cierta política personal hacia las personas con mala ortografía".

"Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo, con toda mi alma. Pero no me pregunten por qué".

"A Golo le gustaba pasar días sin pronunciar palabra. Una vez me dijo que llego a contar cuatro meses sin hablar. No es que fuera un mutismo autoimpuesto ni un ejercicio zen. Así era su temperamento. Sólo tuvo que romper el silencio de aquellos meses cuando vio que una cajera le había dado cambio de menos en el supermercado".

"Si me lo preguntan, diré que sí. Quise a Golo. Pero no me pregunten por qué".

"Lo único que Golo desempacó de entre sus escasas pertenencias fue un póster que colgó en mi sala. No pidió permiso. Sólo puso un clavo donde le vino en gana e instaló su cochino póster enmarcado en yarda negra. Era una reproducción de un metro de largo de una espantosa foto de Metallica. Solamente desempacó eso. La ropa que usaba era mía. Cuando Martínez murió, Golo dejó de pintar leones negros de coronas doradas. De hecho dejó de pintar por completo".

"Quise a Golo. Pero no me pregunten por qué".

Extractos de "Temporada de caza para el león negro" de Tryno Maldonado. Editorial ANAGRAMA Barcelona. Primera edición: febrero 2009. ISBN 978-84-339-7186-9

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