viernes, 7 de agosto de 2009

ODA AL ATOMO

La fecha del 6 de agosto se eligió porque anteriormente la ciudad había estado cubierta por nubes. El B-29 Enola Gay, perteneciente al Escuadrón de Bombardeo 393 de EE.UU., despegó desde la base aérea de North Field, en Tinian, y realizó un viaje de aproximadamente seis horas de vuelo hasta Japón.

La aeronave arribó al objetivo con clara visibilidad a los 9.855 m. Durante el viaje, el Capitán de la Armada William Parsons armó la bomba, ya que se había desactivado para minimizar el riesgo de explosión durante el despegue.

La bomba Little Boy fue arrojada a las 08:15 hora local y alcanzó en 55 segundos la altura determinada para su explosión, aproximadamente 600 metros sobre la ciudad. La detonación creó una explosión equivalente a 13 kilotones de TNT. Se estima que instantáneamente la temperatura se elevó a más de un millón de grados centígrados, lo que incendió el aire circundante, creando una bola de fuego de 256 metros de diámetro. En menos de un segundo la bola se expandió a 274 metros.

Mientras el Enola Gay se alejaba a toda velocidad de la ciudad, el Capitán Robert Lewis, copiloto del bombardero, comentó: "Dios mío ¿Qué hemos hecho?". Bob Caron, artillero de cola del Enola Gay describió así la escena:

"Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... catorce, quince... es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación".

Han pasado 64 años de este terrible acontecimiento, hoy vale la pena recordarlo también con Oda al Átomo:

Pequeñísima estrella,
parecías para siempre enterrada en el metal:
oculto,
tu diabólico fuego.
Un día golpearon en la puerta minúscula:
era el hombre.
Con una descarga te desencadenaron,
viste el mundo, saliste por el día,
recorriste ciudades,
tu gran fulgor llegaba a iluminar las vidas,
eras una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías a apresurar las llamas del estío,
y entonces llegó armado con anteojos de tigres y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero y te sedujo:
duerme, te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces a un dios griego,
a una primaveral modista de París,
acuéstate en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces el guerrero te guardó en su chaleco
como si fueras sólo una píldora norteamericana,
y viajó por el mundo
dejándote caer en Hiroshima.

Despertamos.
La aurora se había consumido.
Todos los pájaros cayeron calcinados.
Un olor de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda la forma del castigo sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula, humareda,
espada del infierno.
Subió quemante el aire
y se esparció la muerte en ondas paralelas,
alcanzando a la madre dormida con su niño,
al pescador del río y a los peces,
a la panadería y a los panes,
al ingeniero y a sus edificios,
todo fue polvo que mordía,
aire asesino.
La ciudad desmoronó sus últimos alveolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada, podrida,
los hombres fueron súbitos leprosos,
tomaban la mano de sus hijos
y la pequeña mano se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio,
del secreto manto de piedra en que el fuego dormía te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir las vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último recodo de los puertos,
a borrar las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas las naciones,
a convertir el amor en negra pústula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.

Oh chispa loca,
Vuelve a tu mortaja,
Entiérrate en tus manos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora tú,
con la vida,
con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes secreto,
camina entre los hombres sin máscara terrible,
apresurando el paso y extendiendo los pasos de los frutos,
separando montañas,
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada copa cósmica,
vuelve a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas mortales de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados de tu cólera,
en vez de la amenaza de tu terrible claridad,
entréganos tu sobrecogedora rebeldía para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.

Pablo Neruda

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